lunes, 6 de mayo de 2013

El Poder del Silencio




James H. Austin


Reproducido de "Sophía",  edición de marzo de 1997.

Las mejores verdades son las no dichas. Bocas sin abrirse...¿Están decididos a retirarse del mundo todos estos defensores del silencio? No, sólo les parece que unas simples palabras sobre el papel acerca del budhismo o de otras experiencias de iluminación son irrelevantes. En realidad, entre personas muy experimentadas en el Budhismo Zen, pocas son las que encuentran necesario ni siquiera hablar sobre el despertar utilizando las palabras, kensho y satori. Algunos elementos tanto de tipo tabú como de preferencia personal pueden tener algo que ver con ello. Shunru Suzuki no utilizaba satori en absoluto, mientras que Daisetz Suzuki lo consideraba como la razón de ser del Zen y utilizaba el término frecuentemente.
La tradición ortodoxa del silencio es antigua. La raiz griega, mu, de la cual procede "místico", significa silencioso o mudo, y por esto impronunciable por derivación. Ya en la China antigua, Tao-sheng (360-434) había dicho: "Usad las palabras para explicar pensamientos, pero el silencio cuando los pensamientos se hayan absorbido...los que están calificados para buscar la verdad se quedarán con el pez y dejarán la red."
La parsimonia de las frases de las personas más avanzadas que practican el Zen refleja un hecho neurofisiológico básico: el impulso de charlar simplemente desaparece. Cuando se experimenta, el mundo se convierte en el modo de operar, la experiencia sustituye el hablar de ello insustancialmente. El meditador aprende a evitar quedar atrapado por la charla opresora de los habladores compulsivos cuyas superverbalizaciones pasan por ser formas de comunicación social en otros lugares. En ningún momento el silencio es más crucial que durante los retiros de meditación. Entonces, las distracciones se mantienen bajo mínimos para ayudar a que todos los miembros del grupo tengan un solo objetivo. Es en una soledad meditativa donde uno puede investigar muy profundamente en las capas del yo como parte de esa búsqueda reflexiva e introspectiva para comprender y disolver sus ficciones.
Para preservar los beneficios del silencio, los antiguos Maestros del Zen fomentaban el diálogo por el gesto. El gesto transmite ricos mensajes visuales. Estos permanecen mucho después de que los tediosos mensajes verbalizados hayan sido olvidados. El aparentemente simple acto de inclinarse es un gesto poderoso. Es un manera excelente de practicar el dominio de la soberbia del yo personal. Una vez un monje le preguntó al Maestro Rinzai "Cuál es la esencia del Budhismo?" La respuesta de Rinzai fue un gran rugido. Ante eso, el monje se inclinó. Rinzai dijo "Ese es un hombre con el que se puede dialogar".
Hoy en día, nos vemos constantemente agredidos por ese ruido de lo que los medios de comunicación ofrecen como "diversión". No es de extrañar que nos deleitemos observando el puro y silencioso arte de un Charlie Chaplin en sus antiguas películas mudas. Y estaremos siempre en deuda con el artista de mimo, Marcel Marceau, por su aguda observación: "Tenéis que entender qué es el silencio, cuál es el peso del silencio, cuál es el poder del silencio".
Los resultados de los estudios de Andrew Greeley y de George Gallup a mediados de los 70 sugerían que tal vez una de cada tres personas sentirá la fuerza de las experiencias místicas de uno u otro tipo. Después de recuperarse, muchos de estos hombres y mujeres querrán saber: "¿Que pasó?" Estarán dispuestos a escuchar alguna respuesta firme, fruto de la investigación de un cerebro famoso. Al fin y al cabo, ¿acaso una resolución conjunta del Congreso de los Estados Unidos no designó los últimos diez años de este siglo como la década del cerebro?
Pero la dura neurociencia todavía sigue sintiéndose incómoda con estos "temas tontos". Y la mayoría de los buscadores, legos en la materia pero críticos, también quedan decepcionados con otros dos aspectos de su búsqueda espiritual. El sendero místico resulta difícil de definir, porque está lleno de malas hierbas que acaban pronto en una mata de palabras polisilábicas y de conceptos arcanos. Supongamos que unos buscadores interesados, cansados de tanto pábulo, desearan emprender un planteamiento más riguroso. Si se dirigen al Budhismo Zen, ¿cuáles son sus primeras impresiones? Al principio de su lista están sus evasiones y alusiones, paradojas y tonterías. Según las "leyes solares" que elevan las expectativas de la gente actualmente, es hora de desmitificar y desclasificar muchos aspectos del sendero espiritual. El silencio puede ser una bendición confusa si las religiones siguen acudiendo a él para "cubrir" temas que ahora están más abiertos para ser discutidos ampliamente.
Por otra parte, las experiencias místicas parecen haber inspirado a muchos autores para hacer voluminosas contribuciones a la literatura. Esto se aplicaba tanto al mismo Emerson como el Maestro Dogen, D.T. Suzuki y a incontables otros que representan a todas las tendencias religiosas. Naturalmente, algunas de estas personas habrían empezado con una presión innatamente superior hacia el habla o la escritura o hacia ambas. Reconociendo esto, tal vez hay también algo más sobre el sendero místico que puede canalizar el cerebro de un aspirante escritor hacia formas no habladas de la auto-expresión. Alejados del ruido de las verbalizaciones, tal vez algunas inspiraciones puedan fluir hacia los esfuerzos literarios. Realmente, Alan Watts llegó a apreciar el modo en que sus propias dos experiencias místicas anteriores se habían convertido en "la fuerza vivificadora de todo mi trabajo en los escritos y en la filosofía desde ese momento". ¿Qué mecanismos psicofisiológicos básicos inspiran estos esfuerzos vitales y creativos? Tenemos mucho que aprender sobre la naturaleza básica del silencio y sobre su fuerza.
Entretanto, también hemos de tener cuidado en la manera de interpretar la palabra elástica "silencio". Tiene varias capas de significados. Cuando acudimos a símiles, metáforas y otros artilugios literarios, es fácil confundir las distinciones entre estas distintas capas. Considerad, por ejemplo, lo que experimentan los meditadores cuando se hunden en un episodio de absorción interna. Durante un momento largo y gozoso se habrán perdido a sí mismos en el encantamiento de aquellas vastas profundidades del espacio en el que "oyen" el sonido del silencio absoluto, más allá de todos los sonidos. Este es el primer silencio sentido, típico del llamado "samadi absoluto". Es simplemente un ligero atisbo de las profundidades que el silencio puede alcanzar si por casualidad más tarde son penetradas por un mayor vislumbre de la realidad última. Porque entonces, si este vislumbre no llega, puede tomar la forma de inefables mensajes dentro de un silencio primordial.
Vamos, pues, a dar una segunda ojeada a unas líneas que escribió una vez Joseph Campbell. Se refería realmente a algo que está más allá de nuestra connotación sensorial normal del silencio, cuando siguió diciendo: "Toda referencia espiritual final tiene que ver con el silencio más allá del sonido... Se puede hablar de él como del gran silencio, o como del vacío, o como de lo absoluto trascendente". Porque este nivel profundo particular de vacío, el del vacío auténtico, es un desarrollo muy tardío en el sendero espiritual. Después de haberlo experimentado finalmente, la persona no lo puede confundir ya con ese silencio preliminar más simple de la absorción citada antes, por más que ese silencio sentido preliminar haya parecido alguna vez estar "más allá del sonido".
Realmente, ¿qué han dejado vacío y totalmente en silencio estos estados tan avanzados de la iluminación? No es nada más que ese yo viejo, egocéntrico y verbal, ese yo supercondicionado que había inyectado previamente su propio lenguaje psíquico personal en su mismo apego a las cosas. Entretanto, la licencia literaria sigue frecuentemente usando la palabra "absoluto" en dos contextos muy distintos. Esto continúa confundiendo a las generaciones de novicios, siempre dispuestos a creer que, cuando entraron por primera vez en el vacío de su propio y primer "silencio más allá del sonido" absoluto y sentido, habían llegado finalmente al "absoluto trascendente".
El Premio Nobel neurocientífico Walter Hess defendía el planteamiiento general de la boca cerrada ante los grandes temas, igual que hizo el Maestro Rinzai mucho antes que él. Hacia el final de su carrera, Hess sugirió que sería conveniente mantener un silencio modesto, dado que éramos tan ignorantes todavía en lo que respecta al cerebro y al mundo en general. Deberíamos reconocer, decía, que "existen y evolucionan en este mundo muchas cosas que no son accesibles a nuestra comprensión, porque nuestra organización cerebral está primariamente diseñada para asegurar la supervivencia del individuo en su entorno natural. Por encima de esto, el silencio modesto es la actitud adecuada."
Pero el comentario de Hess da por sentada una pregunta básica. Vamos a aceptar el hecho de que cuando el cerebro de nuestros progenitores evolucionó, lo hizo bajo unas circunstancias tan duras que sólo unos pocos fueron capaces de sobrevivir. ¿Cómo podían emerger entonces unos "flashes" de sabiduría iluminada de versiones más modernas de cerebros como los nuestros, junto con una compasión genuina y con un comportamiento altruísta en general? Es una pregunta no sobre el silencio, sino un desafío a todas las neurociencias y ciencias sociales. Esto va a ocuparles no solamente esta década actual, establecida ya por decisión del Congreso, sino muchos siglos del milenio próximo.




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