miércoles, 1 de mayo de 2013

El Acertijo del Alfabeto (Aldo Lavagnini)







Por Aldo Lavagnini
Universitas Biosofica, México, D.F.

La cosa más desconcertante acerca de nuestro alfabeto - aparte de la forma de las letras mismas, qué no tienen ninguna relación verdadera con los sonidos que representan - es su orden, el cual no tiene ninguna justificación evidente. Las vocales y las consonantes - aunque las vocales, originalmente, estaban totalmente ausentes - labiales y palatales, dentales y sonantes, están completamente mezcladas, y ese orden ha sido guardado con fidelidad y preservado sustancialmente, al menos durante 4000 años.

No existe algo como, por ejemplo, el bonito agrupamiento de las letras de Devanagari: primero, las vocales en su orden, luego las guturales, las palatales, post-alveolares, dentales, labiales y aspiradas. Ésto se debe a que el alfabeto romano sólo creció. No fue diseñado científicamente como lo fue el de Devanagari.

Ese orden ha sido inculcado en nosotros desde nuestros primeros días escolares, e innumerables generaciones lo han aprendido de la misma manera, junto con los nombres de las letras. Lo encontramos integramente aplicado en nuestros diccionarios, catálogos, bibliotecas, sistemas de indexamiento e incluso en calles y capítulos de libros. Ha sido muy conveniente para deletrear usando los nombres propios de las letras. No obstante, no lo usamos comùnmente para numeraciones, como los griegos, los hebreos y los fenicios estaban acostumbrados a hacerlo, ese orden para nosotros es menos útil, como el de los siete días de la semana - otro legado de la antigua civilización semita.

Han habido muy pocas interpolaciones, si hubo alguna, apenas algún movimiento o cambio - como por ejemplo, el de la G puramente latína - y algunas adiciones al final para que el alfabeto griego termine con la Omega y el nuestro con la Z, pero el orden antiguo ha sido largamente conservado, con pocas excepciones, en sus varias ramificaciones.

La razón para esa orden no ha sido explicada hasta ahora. Se ha señalado en vano a los nombres originales de las letras mismas - puesto que están mejor conservadas en griego y hebreo -, pero ningún motivo satisfactorio ha sido dado para esa agrupación tan peculiar y rígida - objetos heterogéneos, como un toro, una casa, una camello, una puerta o tienda, etcétera.

Es verdad, sin embargo, que hay una razón oculta en los nombres de las letras, que puede revelarse cuando se lo analiza apropiadamente desde un punto de vista sintètico: la mejor pista nos es dada por el nombre de la primera letra, Aleph o Alfa, originalmente Alepu, el Toro. Cuando sabemos que hasta hace unos 3000 años, la constelación de Tauro era la del Equinoccio de Primavera, y que, por lo tanto, el zodíaco empezaba con él, la explicación natural para esa orden tan fielmente guardado, es que se siguió el misma orden de las constelaciones del zodiaco.

En la forma de nuestro letra A, todavía podemos reconocer a la cabeza de un toro, o la señal astronómica de Tauro, basta con girarla al revés. Este no es un ejemplo aislado: pasando el medio del alfabeto, encontramos a un grupo de tres letras seguidas: M, N, y O, que tanto por su nombre como por su forma están relacionadas, de manera inconfundible, con las tres últimas tres constelaciones, tal como las conocemos: Acuario, Piscis y Aries.

M o e'mmaim son "las aguas", N de forma semejante a Nun o e'nnaina "los dos peces", y O o Ain para la constelación del "Ojo", es decir, Aires, como fue llamada después.

En un artículo escrito en Mondi Lingue, hice un intento por explicar todas las letras intermedias y siguientes, relacionàndolas con las constelaciones celestes, tanto del zodiaco como las boreales y las cercanas a estas, como la Ballena y Orion.

El número de las constelaciones principales no queda agotado de ninguna manera por esta lista; es menos de la mitad.

Esto solo puede significar que la enumeración original de la que se obtuvo el alfabeto debe haber sido usado apenas parcialmente. Debido a que debe haber sido extensamente conocido, deberìa ser encontrado, de alguna forma, en los registros de la antigua Babilonia o Sumeria: es muy probable que este orden sea confirmado. El hecho de que puede ser expresado en los escritos cuneiformes no es ningún obstáculo para su derivación, ya que sabemos que los escritos cuneiformes en arcilla fueron paralelos a los escritos de pluma de caramillo sobre una tela más perecedera y adaptable, como piel, o papiro.

El nombre de las constelaciones, y el número exacto de aquellas que son atravezadas por la línea eclíptica, podría haber cambiado de cómo se las contò y definió durante los primeros mil años previos a nuestra era, que son prácticamente idénticos a los nuestros. O, no siendo tan entendibles, sus nombres semitas pueden haber sido alterados y haberles asignado otro significado, el cual – aparte de alguna razòn astrològica – puede explicar por qué Geminis fue asociado con una casa, y un camello o un cuadrado (la medida del ángulo recto) con Cáncer Gemini, o una tienda o puerta fueron vistas en la constelación de Leo, y una simple invocación, o el pronombre femenino, fue tomada para representar a la Diosa Madre o Virgo.

Lo importante para justificar tal atribución o correlación, es el hecho de que no tenemos más una lista descuidada de materiales más o menos inconexos, sino un todo orgánico, lo cual puede explicar el orden fielmente preservado, y al mismo tiempo la monogènesis del alfabeto.
¡Nada pudo ser mejor que las imàgenes perfiladas en el cielo por las constelaciones más familiares, para ser grabadas para siempre con nuestro escritura! Si el lector tiene alguna duda le aconsejaríamos que tome un atlas celeste de las estrellas y vea por si mismo si nuestras letras - como nos han sido traidas por el  griego, el etrusco y el latín - no pueden ser reconocidas en esos marcos estelares. O, en una noche clara, tratar de identificar de una forma similar, aquellas que puedan ser visibles.

Mientras el zodíaco con el que ahora somos familiares inicia con Aires - la antigua constelación del Ojo - y termina con Piscis, el antiguo zodíaco, como era apreciado aproximadamente entre 4000 A.C. a 1000 A.C., ha sido conservado para nosotros en las letras que usamos a diario. Astronómicamente, nuestro zodíaco no comienza tampoco con Aires (un espacio muy pequeño comparado con Tauro y Piscis) sino con Piscis. Sin embargo, hemos conservado la denominación de Aires para la primera de las doce divisiones iguales del Ritmo anual de la Vida, que empieza con el Equinoccio de Primavera.

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