Por Aldo Lavagnini
Universitas Biosofica, México, D.F.
La
cosa más desconcertante acerca de nuestro alfabeto - aparte de la forma de las
letras mismas, qué no tienen ninguna relación verdadera con los sonidos que
representan - es su orden, el cual no tiene ninguna justificación evidente. Las
vocales y las consonantes - aunque las vocales, originalmente, estaban totalmente
ausentes - labiales y palatales, dentales y sonantes, están completamente mezcladas,
y ese orden ha sido guardado con fidelidad y preservado sustancialmente, al
menos durante 4000 años.
No
existe algo como, por ejemplo, el bonito agrupamiento de las letras de
Devanagari: primero, las vocales en su orden, luego las guturales, las palatales,
post-alveolares, dentales, labiales y aspiradas. Ésto se debe a que el alfabeto
romano sólo creció. No fue diseñado científicamente como lo fue el de
Devanagari.
Ese
orden ha sido inculcado en nosotros desde nuestros primeros días escolares, e innumerables
generaciones lo han aprendido de la misma manera, junto con los nombres de las letras.
Lo encontramos integramente aplicado en nuestros diccionarios, catálogos,
bibliotecas, sistemas de indexamiento e incluso en calles y capítulos de
libros. Ha sido muy conveniente para deletrear usando los nombres propios de
las letras. No obstante, no lo usamos comùnmente para numeraciones, como los
griegos, los hebreos y los fenicios estaban acostumbrados a hacerlo, ese orden para
nosotros es menos útil, como el de los siete días de la semana - otro legado de
la antigua civilización semita.
Han
habido muy pocas interpolaciones, si hubo alguna, apenas algún movimiento o
cambio - como por ejemplo, el de la
G puramente latína - y algunas adiciones al final para que el
alfabeto griego termine con la Omega
y el nuestro con la Z,
pero el orden antiguo ha sido largamente conservado, con pocas excepciones, en
sus varias ramificaciones.
La
razón para esa orden no ha sido explicada hasta ahora. Se ha señalado en vano a
los nombres originales de las letras mismas - puesto que están mejor
conservadas en griego y hebreo -, pero ningún motivo satisfactorio ha sido dado
para esa agrupación tan peculiar y rígida - objetos heterogéneos, como un toro,
una casa, una camello, una puerta o tienda, etcétera.
Es
verdad, sin embargo, que hay una razón oculta en los nombres de las letras, que
puede revelarse cuando se lo analiza apropiadamente desde un punto de vista sintètico:
la mejor pista nos es dada por el nombre de la primera letra, Aleph o Alfa,
originalmente Alepu, el Toro. Cuando sabemos que hasta hace unos 3000 años, la
constelación de Tauro era la del Equinoccio de Primavera, y que, por lo tanto,
el zodíaco empezaba con él, la explicación natural para esa orden tan fielmente
guardado, es que se siguió el misma orden de las constelaciones del zodiaco.
En
la forma de nuestro letra A, todavía podemos reconocer a la cabeza de un toro,
o la señal astronómica de Tauro, basta con girarla al revés. Este no es un
ejemplo aislado: pasando el medio del alfabeto, encontramos a un grupo de tres letras
seguidas: M, N, y O, que tanto por su nombre como por su forma están relacionadas,
de manera inconfundible, con las tres últimas tres constelaciones, tal como las
conocemos: Acuario, Piscis y Aries.
M
o e'mmaim son "las aguas", N de forma semejante a Nun o e'nnaina "los
dos peces", y O o Ain para la constelación del "Ojo", es decir,
Aires, como fue llamada después.
En
un artículo escrito en Mondi Lingue, hice un intento por explicar todas las letras
intermedias y siguientes, relacionàndolas con las constelaciones celestes, tanto
del zodiaco como las boreales y las cercanas a estas, como la Ballena y Orion.
El
número de las constelaciones principales no queda agotado de ninguna manera por
esta lista; es menos de la mitad.
Esto
solo puede significar que la enumeración original de la que se obtuvo el
alfabeto debe haber sido usado apenas parcialmente. Debido a que debe haber
sido extensamente conocido, deberìa ser encontrado, de alguna forma, en los
registros de la antigua Babilonia o Sumeria: es muy probable que este orden sea
confirmado. El hecho de que puede ser expresado en los escritos cuneiformes no
es ningún obstáculo para su derivación, ya que sabemos que los escritos
cuneiformes en arcilla fueron paralelos a los escritos de pluma de caramillo
sobre una tela más perecedera y adaptable, como piel, o papiro.
El
nombre de las constelaciones, y el número exacto de aquellas que son atravezadas
por la línea eclíptica, podría haber cambiado de cómo se las contò y definió
durante los primeros mil años previos a nuestra era, que son prácticamente
idénticos a los nuestros. O, no siendo tan entendibles, sus nombres semitas
pueden haber sido alterados y haberles asignado otro significado, el cual –
aparte de alguna razòn astrològica – puede explicar por qué Geminis fue
asociado con una casa, y un camello o un cuadrado (la medida del ángulo recto)
con Cáncer Gemini, o una tienda o puerta fueron vistas en la constelación de Leo,
y una simple invocación, o el pronombre femenino, fue tomada para representar a
la Diosa Madre
o Virgo.
Lo
importante para justificar tal atribución o correlación, es el hecho de que no tenemos
más una lista descuidada de materiales más o menos inconexos, sino un todo
orgánico, lo cual puede explicar el orden fielmente preservado, y al mismo
tiempo la monogènesis del alfabeto.
¡Nada
pudo ser mejor que las imàgenes perfiladas en el cielo por las constelaciones
más familiares, para ser grabadas para siempre con nuestro escritura! Si el
lector tiene alguna duda le aconsejaríamos que tome un atlas celeste de las
estrellas y vea por si mismo si nuestras letras - como nos han sido traidas por
el griego, el etrusco y el latín - no
pueden ser reconocidas en esos marcos estelares. O, en una noche clara, tratar
de identificar de una forma similar, aquellas que puedan ser visibles.
Mientras
el zodíaco con el que ahora somos familiares inicia con Aires - la antigua constelación
del Ojo - y termina con Piscis, el antiguo zodíaco, como era apreciado
aproximadamente entre 4000 A.C.
a 1000 A.C.,
ha sido conservado para nosotros en las letras que usamos a diario.
Astronómicamente, nuestro zodíaco no comienza tampoco con Aires (un espacio muy
pequeño comparado con Tauro y Piscis) sino con Piscis. Sin embargo, hemos conservado
la denominación de Aires para la primera de las doce divisiones iguales del Ritmo
anual de la Vida,
que empieza con el Equinoccio de Primavera.
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