Pitágoras y su escuela
Raghavan Iyer
Pitágoras fue venerado en la India como Gran
Gurú, Maestro y Padre y fue conocido con el nombre de Yavanacharya (“el
filósofo jonio”). A él se le conoció por otros nombres en el Antiguo Egipto,
donde pasó 20 años preparándose. Y más tarde, a la edad de 56 años, fundó su
Escuela en Crotona, en la Magna Grecia, pero esto después de meditarlo mucho y según
la sabiduría y visión de la poderosa Hermandad que él representaba.
El fue el
Maestro de una comunidad emergente entera, que buscaba 400 almas puras que
pudieran constituir una pequeña hermandad y así hacer de esa polis una ciudad de almas en busca de la
sabiduría y en armonía con la sociedad en general. Su Escuela estaba cimentada
sobre las normas más severas de admisión que incluían un período de prueba que
duraba 5 años y se requería un silencio total cuando se estaba en presencia de aquéllos
de la asamblea que habían estado más tiempo en la escuela. El iniciaba a los
que habían pasado por todas las pruebas preliminares, los cuales se convertían
en canales para la fuente divina de omnisciencia, hacia la cual él siempre se
encaminó y sobre la que impuso un absoluto y reverencial silencio.
Para Pitágoras la filosofía fue la
purificación de la mente y emociones para que la luz pura del alma inmortal
brille libremente a través de las limitadas vestiduras comunes a todos los
hombres. La purificación debe empezar con reverencia preliminar y así cuando se
adora en silencio a los Dioses inmortales y también al orden trascendental que
está presente en divina armonía en todo el universo, esto se convierte en una
relación verdaderamente digna. Este orden puede ser visto en los cielos y ser
estudiado con la ayuda de la geometría y las matemáticas de tipo más arquetípico.
Si se honra a los héroes y similar, de ahí puede emerger una reverencia
profunda por la totalidad de la vida cuando se ve en el contexto de un vasto
universo. Pitágoras fue quien primero usó la palabra "cosmos". El
universo es un cosmos, no un caos. Representa la majestuosidad de un gran orden
de inmensas magnitudes que se puede entender mediante la aplicación de un
principio arquitectónico eterno que tiene un recorrido y perspectiva sin
límites.
El universo sólo está limitado por el tiempo y el espacio, pero no
tiene límites en su transición exterior hacia el reino de lo potencial.
Comprendiendo esto, una persona empieza a apreciar más lo misterioso de la vida
y las muchas formas de la materia, y de este modo empieza a tener un verdadero
y gran respeto por esas fuerzas que están incesantemente en acción, incluso en
las actos más simples de la vida tal como cuando cogemos objetos. La persona
que está así preparada, de modo natural honraría a los héroes y a los
precursores de toda raza o civilización, los cuales aunque sean individuos
imperfectos, son a pesar de todo capaces de elevar la moralidad de raza humana.
A través de toda la historia, han aparecido muchos de éstos.
Cualquiera que
haya meditado sobre estas materias tiene una visión muy grande de la naturaleza
humana y ve a los seres humanos en términos de oportunidades, no limitaciones,
en términos de potencialidades o posibilidades en vez de en desventajas. Por lo
tanto, según las enseñanzas pitagóricas de los Versos de Oro, cualquier persona no tiene que sentir temor en
relación a su destino si ya tiene un respeto maduro por sí mismo arraigado en
una comprensión y reverencia por toda la vida.
Respeto a sí mismo aquí
significa mucho más de lo que solemos entender en el sentido ordinario del
término. Es la clave a lo que se dice en los Versos de Oro sobre hacer examen de uno mismo apropiadamente, lo
cual es una acción muy diferente de la de confesarse ante un sacerdote o ir a
un psiquiatra para que nos ayuden a analizarnos a nosotros mismos o a la de
dedicarse a alguna otra forma de examen similar que es tedioso y represivo y
que es realmente un examen de la personalidad. Porque en las enseñanzas
pitagóricas, la personalidad no puede entenderse a sí misma. La personalidad no
tiene ni la misma posibilidad de autoconocimiento. El entendimiento real puede
venir solamente a través de la luz de la autoconsciencia que está inherente en
todo ser humano. La luz del entendimiento puede disipar la sombra de la
personalidad únicamente cuando, en consciencia lunar, se hace una conexión
fructífera: o sea, metafóricamente hablando, como si nos retiráramos a
Metaponto donde Pitágoras murió (algunos dicen que hacia los 100 años de edad).
Si hemos construido un puente en la consciencia personal hacia nuestro ser
potencial latente, vemos que para este ser más grande no hay ninguna diferencia
entre uno mismo y todos los demás seres humanos ni tampoco entre la luz interna
o esencia de una cosa y la de todas las demás. La misma esencia luminosa se
encuentra en una hoja de papel, en una mesa, una piedra y en cada uno de los
átomos del espacio, y en toda forma animal y en todo vegetal o mineral. Y
también lo mismo se encuentra en todo lo que compone ese vasto y complejo
universo que nosotros llamamos el cuerpo humano. Lo mismo también se encuentra
en cada forma de pensamiento que entra y sale de la mente humana a causa de que
son afines a ella y la estimulan, o cuando son atraídas de forma plenamente consciente
del gran depósito cósmico.
Todos los que quieran acercarse más al
espíritu de los Versos de Oro deben
prepararse y purificarse a sí mismos tal como Pitágoras enseñó, ya que fue
famoso como entrenador de almas. Cuando los seres humanos buscan aprender, en
su intimidad y soledad, comprometiéndose solemnemente a elevar verdaderamente
su vida humana, deben empezar a hacerse preguntas sobre sí mismos: "¿Quién
soy yo?", "¿Qué soy yo?", "¿Por qué hice esto
entonces?", "¿Siempre digo lo que quiero decir?", "¿Pensé
antes de actuar esta mañana y de lo que ahora creo que debo hacer mañana, la
próxima semana o el próximo año?". Es significativo que la única frase que
aparece 2 veces en los Versos de Oro
es: "Piensa antes de actuar".
Precisamente porque los seres humanos con las mejores intenciones del mundo,
con acceso a las más profundas ideas y que comparten el más noble de los
sentimientos, no son capaces de entregarse a sí mismos en su vida cotidiana con
dignidad como mónadas divinas, por esta razón ellos mismos necesitan darse una
oportunidad y de esta manera deben buscar dentro de cada día cada día cierto
tiempo para examinar su pasado.
Si reflexionan continuamente según el punto de
vista del Ser Inmortal, ellos seguramente llegarán a entender a los demás y aumentarán
verdaderamente la confianza en sí mismos y sabrán qué es lo bueno que tienen dentro
de ellos mismos. Esto, a su vez, les dará el coraje suficiente para darse
cuenta de lo malo que hay dentro de ellos y por tanto lo que deben eliminar.
Es muy bien conocido, aunque poco entendido,
que en la Escuela Pitagórica la Psicología iba unida al estudio de las
matemáticas. Si uno quería realmente entender ésta, entonces se le aconsejaba
meditar profundamente sobre la Tétrada y la Tríada pitagóricas. Cuando se hace
verdaderamente así, uno se encontrará que penetra en lo misterioso, porque lo
esotérico y lo exotérico son relativos. Lo que para uno está oculto, no es
desconocido para otro.
Lo que en un tiempo está oculto en otro tiempo no es
inaccesible. Por desgracia, muchas personas son víctimas de una visión del
conocimiento aristotélico-baconiano donde los pensamientos son vistos como bits
de información transmitidos desde el exterior y que se impresionan sobre el
cerebro, al cual se le considera erróneamente como una especie de tabula rasa. En nuestros tiempos
modernos muchas personas creen equivocadamente que el verdadero conocimiento
tiene que ver con la revolución de la información y por lo tanto todo lo que se
necesita es encontrar modos apropiados de dar acceso a la información a cada
uno y todos de nosotros. En la Escuela de Pitágoras, si las personas buscaban
conocer los Misterios se les decía con toda justicia que debían respetar las
reglas.
Estas reglas veneradas por el tiempo siempre se han observado. Los
Grandes Maestros, hacen de estas reglas, que siempre son las mismas,
adaptaciones según las exigencias de la época, pero en estricta obediencia a la
Fraternidad en nombre de la cual ellos actúan y de la cual son fieles miembros.
Pitágoras, el Gran Maestro, cuando enseñó la
sabiduría divina que era adecuada para su tiempo siguió reglas muy estrictas.
Hay una versión mítica en la que se cuenta cómo se hizo esto. Los que buscaban
admisión en la Escuela y que ya habían encontrado inspiración en la vida diaria
siguiendo las enseñanzas de los Versos de
Oro. Entonces tales personas eran invitadas a probarse a sí mismas a través
de un conjunto preliminar de pruebas libremente escogidas y estrictamente
supervisadas.
Una de éstas requería que el candidato fuese conducido a algún
lugar retirado y que se le dejara con pan y agua. Se le pedía que permaneciese
allí durante una noche y que pensase fijamente sobre un único símbolo, por
ejemplo un triángulo. Habiéndose preparado apropiadamente y seguido los pasos
necesarios para adquirir calma, entonces el candidato apuntaba las ideas que se
le ocurrían en relación con la vida entera.
La siguiente mañana, el candidato
era invitado a la asamblea donde estaban los que ya habían pasado por todas
estas etapas y Pitágoras, quien presidía, le pedía que expresara sus
observaciones al grupo entero. Una práctica común durante aquellos días era que
varios miembros de la asamblea eran instruidos para hacerle difícil al
candidato el exponer lo que tenía que decir y de este modo ridiculizaban sus
ideas. Naturalmente, el nuevo candidato era fácil que estuviese nervioso aunque
realmente la asamblea estuviese de su lado, pero sin embargo no se hacía
ninguna concesión a sus limitaciones, ambigüedades y motivaciones confusas.
Esto era por su propio bien.
A menos que uno pudiera mantener la compostura
bajo estas circunstancias, estaba claro que la vida en la Escuela probaría ser
demasiado para un candidato que era indebidamente influenciable por la crítica.
Algo de esta antigua tradición todavía persiste, por ejemplo en Holanda y
Alemania, cuando se defiende una tesis, aunque si no tienen el mismo propósito
compasivo de las pruebas mencionadas anteriormente, la ceremonia se convierte
en criticar y llega incluso a ser absurda.
Para Pitágoras era crucial que el
autoconocimiento fuese verdadero y relacionado a la santa y sagrada enseñanza
de la divina Tríada y así beneficiar a los demás hombres. La Tríada misma no se
puede comprender excepto si se la relaciona con el Punto. Y el Punto no se podría
entender excepto como el Uno relacionado a la Duada.
La Mónada y la Duada no se
pueden entender completamente a menos que sean vistas en relación a la Tríada.
Y así la serie de números continúa. Lo que subyace es el difícil problema que
tiene que ver con la forma: el sentido del Cuadrado Pitagórico. Si todos estos
se pusieran juntos, la consecuencia sería algo como la cuadratura del círculo,
y conseguiríamos el elixir de la vida (la clave a los Misterios de la vida y la
muerte). Pitágoras enseñó que a menos que los Misterios sean encontrados dentro
de uno mismo, nada pueden decir a uno. Todos deben hacer sus propios
experimentos con la Verdad, deben hacer sus propios ejercicios para calmar las
pasiones, controlar y concentrar la mente, y sobre todo para purificar nuestras
motivaciones, intenciones, sentimientos, gustos y aversiones. Esto se debe
hacer para fusionar la totalidad del ser de uno, integrando la razón y
sentimientos con una vibración fundamental y así nos uniremos al verbo sagrado que mueve y anima al ser
entero manifestado. Todos los seres humanos tienen acceso único y privilegiado
al verbo que está dentro del
santuario y con el que contactan en un estado de conciencia profunda, ya sea
mientras dormimos o estamos despiertos o cuando meditamos o en los buenos momentos.
Pero, sobre todo cuando meditan sobre la más sagrada de todas las materias, la
cual que tiene que ver con la fuente y origen de todas las cosas y seres
vivientes. Cuando se hace esto, entonces se comenzará a entender el Tetraktys o
Sagrada Cuaternidad (el Número de números).
Individuos intuitivos llegarán a ver que todos
estos números apuntan hacia el cinco, el pentágono pitagórico, y el seis, que
fue más tarde usado por la Cábala pero que para Pitágoras era una estrella de
seis puntas donde había un águila en lo alto y debajo de la cara de un hombre
había un toro y un león. También ellos comenzarán a sentir algo sobre el
significado del siete como el principio básico de división de no solamente
colores y sonidos, sino de toda la manifestación.
El siete, a su vez, no se
puede entender sin el ocho y Pitágoras enseñó cómo se produce armonía cuando
sintonizamos las notas altas y bajas en la octava, de este modo aquí está la
base de muchas de las teorías y enseñanzas que nos han venido a través de las
tradiciones musicales.
Lo que él ilustró con la música también podría ser aplicado
a la medicina, lo cual significa que no podemos omitir el número nueve. El
nueve tiene un gran significado como 3 grupos de tres, pero también anuncia el
fin de todas las cosas: está "sin terminar". El sabio ya tiene esto
en cuenta, y así preserva la imagen inviolable del que se ha llamado número
perfecto desde Pitágoras -el diez- sin
buscar su exacta réplica visual en La Tierra.
Lo que está oculto tras la Tríada
ha sido vislumbrado por grandes arquitectos, escultores y artistas. Los chinos,
cuando creaban vasos, se abstuvieron de hacerlos perfectamente simétricos. Los
arquitectos contemporáneos como Jacobsen después de idear un buen edificio no
tienen interés de ir a la ceremonia de inauguración ya que se han centrado en
el diseño del siguiente. Las mentes verdaderamente creativas saben que se
disfruta creando, pero que este goce disminuiría o incluso se disiparía si uno
se apega a los resultados.
Las normas del mundo que se adaptan a los intereses
de los mediocres también actúan como freno y esto impide que se ascienda a los
niveles de excelencia los cuales están presentes en todas las culturas. En la
tradición pitagórica, para una respuesta apropiada a cualquier pregunta sobre
los Misterios, se debe formular a uno mismo para que así cada uno haga su
propia meditación y reflexión sobre la Tétrada así como del Tetraktys.
Lo fundamental de la enseñanza pitagórica fue
estimular la aparición del hombre o mujer completos. Ellos no pueden ser
manufacturados, sino que verdaderamente deben crearse a sí mismos. Los Grandes
Maestros ayudan a que el ser humano se haga completo por sí mismo mediante una
enseñanza holística que todavía perdura. Pitágoras fue el creador de la verdadera
ciencia, religión y filosofía de la tradición del Cercano Oriente que él inició.
La enseñanza de Pitágoras fue también ésa de Buda y más tarde la de Shankara.
Hace 2500 años el Buda enseñó a sus discípulos primero a convertirse en shravakas (oyentes). Cuando ellos ya habían
pasado tiempo suficiente escuchando y aprendiendo, lo mismo que ocurría en la
tradición hindú original con su énfasis en brahmacharya
(un período de probación), entonces ellos podían convertirse en sramanas (hombres de acción). También encontramos
esto en la tradición pitagórica, donde los neófitos son acousticoi (los que escuchan). Esto hace referencia no a algo
mecánico o rígido, y por lo tanto falso, sino a un entrenamiento equilibrado en
el arte de perfeccionarse a través de la sabiduría, la conservación de la
energía. La purificación de pensamiento, el calmar y armonizar los sentimientos
se hacía para manifestar apropiadamente al Ser Interior a través del habla y
conducta apropiadas.
Pitágoras enseñó una triple división de la
humanidad y una triple división del deseo. Todos los hombres pueden ser
comparados a las personas que atienden a una fiesta. Allí están los que están
motivados por el deseo de ganar algo y van allí a comprar y vender. También
están los que están motivados por el amor al honor y van a competir entre sí y
a emularse para obtener los grados de excelencia. Luego están los que no se
interesan en las ganancias ni en la gloria porque ellos o bien se han cansado
de este juego o porque piensan que es ilusorio o porque nacieron con una
natural indiferencia a ello. Tales personas están totalmente interesadas en el
amor a la sabiduría.
Los que aman la sabiduría pueden ser comparados a los que
en las fiestas son como espectadores, que no participan y que al mismo tiempo
no hacen juicios externos, que no compran ni venden, que no comparan ni
contrastan, sino que meramente aprenden lo que es común a todos los hombres, o
sea que aprenden algo sobre el noble arte de vivir. Ellos no hacen lo que no es
necesario. Ellos tratan de averiguar lo profundo que está detrás de las formas dentro
del gran drama humano en el cual el mundo en su totalidad es un escenario y los
hombres y mujeres son meramente actores. La función es únicamente lo que
importa. En la tradición pitagórica la atención con calma es el comienzo del
camino a la sabiduría.
La reencarnación, la filosofía de la palingenesia
es también fundamental. Todo ser humano ha asistido como espectador a una gran
diversidad de espectáculos, ha actuado en una múltiple diversidad de papeles.
Según esta perspectiva, saber es recordar y mucho de lo que se ve es la restauración
del Alma-Memoria. Lo que la gente piensa que es nuevo son principalmente
recuerdos que provienen de algún lugar del cual ella no sabe nada, pero los
cuales aun así actúan como una especie de ayuda divina dentro de nosotros y a
veces en los malos momentos o cuando tenemos problemas nos salva de cometer
errores que nos habrían hecho retroceder de no haber sido por ello, pero ahora
ya hemos aprendido algo. La Escuela que Pitágoras fundó fue una en la cual toda
clase de conocimiento podía ser buscado, pero no con la intención de
sincretizar los -ismos y las sectas de la época sino más bien para que yendo
desde arriba hacia abajo seamos capaces de ver los principios que son la síntesis,
en theoria y praxis, con la meditación y recta conducta.
Después de la muerte de Pitágoras, los
alumnos de su Escuela se separaron. Ocurrieron cismas entre las personas así
llamadas científicas, que pasaban su tiempo haciendo pretensiones, discutiendo
y atacándose entre sí y los que inicialmente eran simple entusiastas y que
fueron ridiculizados por los otros. Los últimos fueron dejados solos con su
devoción, creencia y verdad encantadoras, lo cual ayudó a continuar la
transmisión de la tradición. Todo esto ya había sido previsto por ese sabio del
estilo de Prometeo llamado Pitágoras.
El quería que hubiera separación y
autoselección no sólo entre los muchos que fueron influenciados, sino
igualmente entre los pocos que estaban experimentando los rigores del entrenamiento,
los que tenían la fibra moral para soportar el ascenso extremadamente difícil
hacia la sabiduría. El pretender que el sendero es fácil es la excusa fácil de
los que verdaderamente no tienen intenciones de ascender, porque antes han
fallado muchas veces y temen tanto equivocarse antes de empezar que preferirían
no arriesgarse ni siquiera en la primera prueba.
Hay mucha protección en los códigos morales,
comprobados por el tiempo, de toda verdadera comunidad de buscadores- Esto se
sugiere en los refranes y creencias de todas las sociedades. Pitágoras enseñó que
debe haber una quietud interior del alma, un silencio de la mente en el cual la
verdadera receptividad del corazón nos permite el aprendizaje real. Una persona
que se concentra mientras aprende carpintería o mientras se entrena en
atletismo está en calma.
Los individuos que se concentran mientras aprenden
algo están en calma. ¿Podría exigírsele menos a una persona que estudiara y
perseverara mientras busca la divina ciencia de la dialéctica, tal como
Hierocles llamó a la enseñanza pitagórica? El arte del ascenso libre del alma
hacia los reinos superiores que se indica en las palabras finales de los Versos de Oro, es descrito como el
desvelar de percepciones latentes de las realidades que están ocultas.
Cualquiera que pretenda ir en serio debe dar tiempo a la Naturaleza para que
hable. Es únicamente sobre la superficie serena de la mente calmada que las
visiones percibidas en lo invisible encuentran representación verdadera y
apropiada.
En la antigua India, la Grecia clásica y la
América de los primeros tiempos se entendía perfectamente que sin venerar a los
antepasados nada que merezca la pena puede ocurrirle a un ser humano, a un
grupo o sociedad. Esta tradición fue parcialmente seguida bajo la influencia
del Movimiento Teosófico en el siglo XIX y por el posterior renacimiento
platónico -aunque de corta vida- en una variedad de fraternidades y
movimientos.
Algunas están todavía haciéndolo bien, pero la mayor parte de las
demás fraternidades que tomaron reglas pitagóricas y las adaptaron para
autodisciplina, amistad verdadera y respeto a uno mismo no están en la misma
posición. Mientras muchas lo han dejado definitivamente, hay otras que la han
seguido bastante bien aunque hayan perdido el impulso original. También están
las pocas que han permanecido desconocidas a la mayoría y que han tratado de
ser fieles al impulso original. En algunos casos, el impulso retrocede no sólo
al tiempo de Benjamin Franklin o al de las sociedades originales de Filadelfia que
comenzaron en el tiempo de la firma de la Declaración, sino incluso más atrás.
Como Burke sugirió, cualquier generación que no muestra respeto a sus ancestros
no será recordada por la posteridad. Los que muestran poco respeto a los que
han venido antes que ellos -sus padres, abuelos, maestros y los maestros de los
maestros- serán repudiados a su vez por sus hijos. La ley del karma no
discrimina entre personas, sociedades y generaciones.
La pregunta surgió entre los primeros
pitagóricos, sobre la norma de honrar a nuestros padres: ¿Qué tiene uno que
hacer si nuestros padres son indignos?
La respuesta dada en aquel tiempo por
los sabios pitagóricos fue: "Primero pregúntate a ti mismo si realmente
has rendido suficiente homenaje a los dioses inmortales, a los héroes de todos
los tiempos y los genios buenos de la tierra. Si has hecho todo esto, entonces
tienes derecho a preguntar si deberías honrar a tus padres. Pero encontrarás,
si has observado todo lo anterior, que siempre encontrarás alguna razón para
honrar a tus padres mientras al mismo tiempo no tienes que seguir ciegamente
sus costumbres. Esto es porque, como más adelante los Versos de Oro ponen énfasis, todas las personas deben pensar por sí
mismas. Cada uno debe tomar sus propias decisiones y escoger su propio camino.
Esto no necesita ninguna recomendación ni ser anunciado en nuestra época. Es
parte de nuestra misma constitución.
También fueron las palabras del Buda en su
lecho de muerte. Esta es la más antigua enseñanza y es sentido común. No hay casi
ningún ser humano que no la conozca.
Los seres humanos se
olvidan. Todo egoísmo está enraizado, concluyó Pitágoras tras muy poca
reflexión. Casi nunca, incluso en esta era de cambio, la gente tiene
intenciones sistemáticas y consecuentes de reverenciar a los dioses inmortales
o a los héroes, incluso aunque hayan sido desmitificados. Las
personas no tienen intenciones de desobedecer deliberadamente la ley enseñada
por un Iniciado hace mucho tiempo: "De Dios no se burla nadie, lo que sembréis
recogeréis". Todo hombre sabe todas estas cosas. ¿Por qué entonces Schweitzer
puso tanto énfasis en la reverencia por la vida? El sabía que si algo es digno
de hacerse, es digno de que se le ponga énfasis, porque aunque los hombres
creen que lo saben actúan como si nunca lo hubieran sabido.
Los hombres se
olvidan y por lo tanto en la doctrina pitagórica de anamnesis, así como en la enseñanza platónica, todo tiene que ver
con recordar y olvidar. Todas las almas humanas, cuando beben de las aguas del
Leteo se identifican con la forma y están bajo la influencia de los lenguajes
inferiores transmitidos por el mundo a ellos a través de sus parientes y de
aquéllos cercanos a ellos. Ellos se olvidan, y como olvidan, los niños pequeños
de edades muy cortas, los cuales miran, sonríen y dan la bienvenida al mundo, y
en el proceso de aprender a caminar, levantarse y moverse se quedan confundidos
al notar el desprecio, escepticismo, cinismo, desconfianza y odio a uno mismo
que está todo a su alrededor. Y con el tiempo, cuando los niños ya están
preparados para el precioso momento de la pubertad, no han recibido ninguna
inspiración ni ayuda para aprender a manejar el puro goce de eros bajo el
control de una cabeza calmada y fría. Están completamente en guerra con otros y
consigo mismos.
Vivimos en la era de Zeus, en donde es
difícil entender la grandeza del significado profundo de la invocación
pitagórica a Brihaspati, Júpiter o Zeus –él es quien sabe y puede mostrar el
genio que tiene todo ser viviente–. El honor y la reverencia implican algo más
de lo que entendemos de ordinario con estas palabras. Para entenderlas se
necesita saber lo que Pitágoras enseña en las estanzas finales de los Versos de Oro y que en su conjunto
fueron llamadas Heiros Logos, el
Sagrado Discurso.
Pitágoras enseñó que se necesita discriminación y
discernimiento. Uno debe aprender no sólo a hacer distinciones, a mostrar
discriminación, a reconocer matices, subtonos, colores secundarios, matices de
significado, a reconocer la inmensa diversidad de las formas de la vida sino
también a ver el orden y la estructura bajo la cual puede ser entendido. Es
necesario distinguir cosas similares, distinguir opuestos, diferenciar las
falsificaciones, apreciar lo íntimo, y también sobre todo ser capaz de ver la
unidad y relación entre todas estas cosas. Entonces será posible, cuando
escuchemos opiniones, discriminar entre ellas e ir a por las buenas o a por la
mejor de todas, incluso en las observaciones más absurdas. Uno puede aprender y
anotar lo que es de valor en todo o cualquier cosa con la que uno se cruza.
Pero si uno se cruza con muchas cosas que no merezcan la pena ser anotadas en
un bloc de notas, puede dejarlas que transcurran sin más y permanecer calmado
ante ellas. Todo esto sugiere un concepto de humanidad, un gran control de uno
mismo que se combina con la compasión, el amor, la magnanimidad además de con
la prudencia y que es verdaderamente raro en cualquier época, pero totalmente
admirable en la nuestra.
Pitágoras especialmente elogió la prudencia,
no la perspicacia o lo que el mundo llama astucia, sino la visión interior de
la sabiduría en relación a la esfera lunar, una región en la que todo comienza,
cambiará y fenecerá. Si uno no tiene en cuenta esto, no puede ser prudente.
Porque tener mucho apego es como ser imprudente. Los deseos son de 3 clases.
Están aquellos deseos que cuando nacen por primera vez son totalmente
inapropiados y que no son buenos desde el principio.
Con frecuencia tales
deseos son ansias de hacer lo imposible. Si una persona antes de poder ser
capaz de subir montañas, pretende escalar el Everest la próxima semana, éste es
un deseo inapropiado y fuera de lugar. Un buen amigo podría sugerirle que fuese
y averiguase lo que realmente desea saber, aunque aprender esto podría ser muy
desagradable. La segunda clase de deseos no están fuera de lugar cuando se
originan, sino que tienen sentido, como el deseo de acabar algo que se ha
comenzado, independientemente de lo que ello sea, ya tenga que ver con el
colegio, el trabajo o la familia. Sin embargo aquí precisamente está el
peligro, porque se hincha tanto ese deseo que se convierte en una obsesión.
Y
puede llegar a ser tan virulento, de una fuerza que nos domina, que la persona
se convierte en esclavo de él y ya no en un ser humano libre. Esta clase de
deseos no es totalmente mala, pero tienen que ser modificados. Esa vehemencia
tiene que ser descartada hasta que fluya como las aguas frías, en consonancia
con el océano de la vida hacia el cual debe ir y finalmente terminar. En tercer
lugar, están los deseos, que aunque no son inapropiados en su origen ni tampoco
vehementes, son inadecuados por la forma en que se expresan.
Una persona podría
tener un legítimo deseo y un sentido de la proporción pertinente sobre tal deseo
pero no saber cómo expresarlo adecuadamente, y por lo tanto se convierte a
menudo en la víctima de un mal momento. Tener malas oportunidades es como las
creencias equivocadas, pues eso indica una falta de compromiso total con
nuestros propios proyectos, si usamos palabras de Sartre. Uno no está nunca
bastante allí donde es necesario sino que siempre está como en un mal momento. Si
uno continúa así durante bastante tiempo acabará atrayendo fuerzas elementales
alrededor de sí mismo que le traerán mala suerte.
Cuando Pitágoras habló de prudencia y
magnanimidad, él dio una prueba crucial. Uno llega a ser hombre cuando se hace
más magnánimo. Esto se enseñó así incluso después de Platón, cuando la Academia
empezaba a desaparecer. Aristóteles pensó que era apropiado basar su concepto
del hombre ideal sobre la virtud de la magnanimidad. Todo ser humano tiene
acceso libre a la magnanimidad, pero no puede ser conseguida instantáneamente
si uno es mezquino, tacaño, temeroso, egoísta o desdeñoso. La magnanimidad
aparece libremente en la mente únicamente mediante grandes ideas y visiones. En
el corazón surge solamente cuando tenemos mucha compasión por los enfermos y
por los que sufren.
Pitágoras sabía lo que era entonces ser
premeditadamente escogido como la piedra base para la sociedad del futuro. En
nuestros días, cuando la sociedad moderna está próxima a desparecer, pero
quejándose y apenas ocultando una enérgica protesta patética. Ya otra cultura
ha comenzado a nacer: de la misma forma en que lo invisible se desliza sobre lo
visible. La enseñanza pitagórica no puede ahora significar un mero retorno a las
formas una vez enseñadas en la Magna Grecia. Debe ser vista como la simiente de
las instituciones que se regeneran a sí mismas y de la cultura y código del
alma. Cuando el alma consiga establecerse sólidamente como una estatua bien firme
en la mente, mientras al mismo tiempo ella sostiene el vasto universo de los
pensamientos. El conjunto estará inexorablemente en contemplación, mostrando
belleza de alma, belleza de mente, belleza de corazón y belleza en toda
dirección y dimensión. De este modo, esto hará posible que más y más seres
humanos -con sus imperfecciones- sobresalgan de las multitudes para beneficio
de todos y para transformarse a sí mismos y actualizarse, terminando con
trascenderse a sí mismos.
La preparación es crucial para la escuela
pitagórica del futuro. Cualquiera que estudie los Versos de Oro de Pitágoras en cualquier traducción o edición y
reflexione sobre ellos para sacar alguna
inspiración, puede hacer aparecer energía vital en su conciencia profunda la
cual es causal en relación al reino externo de los efectos.
Los que hagan esto
podrán constituirse a sí mismos como seres que se acercan más en espíritu,
pensamiento y sentimiento a la Presencia más íntima, nunca manifestada. En los
días de Pitágoras mucha gente sabía que no le conocía. Nunca ningún Gran
Maestro se reencarna ni manifiesta excepto en condiciones apropiadas y siempre a
escondidas excepto para unos pocos. Cuando sea necesario, el manifestará alguna
parte relevante de sí mismo. Pitágoras pasó mucho tiempo (22 años) estudiando
los Misterios Egipcios, planeando cómo adaptar sus enseñanzas a los problemas
de su época. Cuando estuvo preparado para empezar su obra, permitió a la gente
ver a través de las apariencias veladas y expresiones parciales.
Su ser
invisible e inmanifestado, por su misma naturaleza, nunca puede ser visto
excepto por la luz del ojo de aquellas personas que han extendido el hilo
dorado que está dentro de todo ser humano (o sea, por los que perciben el Huevo
Dorado). Esto requiere del Buddhi. El
que lea los Versos de Oro con este
espíritu reverencial puede acercarse al Divino Ser quien fue el sabio autor de
ellos y sacar inspiración que será inapreciable cuando se tengan problemas.
Artículo publicado en la Revista Hermes,
Noviembre de 1977
Raghavan Iyer.
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